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LA HORA DEL LOBO #2: EL CONDE, DE PABLO LARRAÍN (2023)

Por: Josué Andrés Moz | Poeta Salvadoreño | Crítico de Cine y Series | Librero | Autor de El Libro del Carnero (2021), y Revólver (2023).


En esta segunda entrega de La Hora del Lobo, el poeta Josué Andrés Moz, nos presenta su experiencia sobre una historia que, de no ser por la ficción, sería muy difícil de digerir. En la película El Conde (2023), de Pablo Larraín, nos encontramos con una sátira que se vale de los recursos del terror y de lo fantástico, para realizar una fotografía espiritual del dictador Augusto Pinochet, de su familia, de sus aliados, del papel de la religión, de la impunidad y del carácter cíclico de la historia misma. Continuemos con la reseña, volvamos al cine, burlémonos de la muerte mientras nos atragantamos con las palomitas.


Cáustica de principio a fin, la nueva propuesta de Pablo Larraín «El Conde» nos entrega una mirada brutal y con símbolos fáciles de digerir para el público en general, sobre la figura del dictador Augusto Pinochet (1915-2006), quien encabezó el golpe de Estado contra Salvador Allende y mantuvo su dominio oficial sobre el pueblo chileno desde 1973 hasta 1990.


A nivel formal, nos encontramos con una sátira que se vale de los recursos del terror y de lo fantástico, para realizar una fotografía espiritual del dictador, de su familia, de sus aliados, del papel de la religión, de la impunidad y del carácter cíclico de la historia misma. Respecto al argumento, es imposible no toparse con un dinámico relato de vampiros, en el que Pinochet ha pasado por diferentes momentos históricos, en que ha solidificado su apasionada postura ideológica, hasta que llega el momento en que puede llegar a dominar Chile, y luego, tras ''perder su gloria'', se ve obligado a fingir su muerte para evitar juicios y seguir con su vida de manera aislada, y sintiéndose más cómodo con su condición de asesino, antes que con su condición de ladrón.


Sin lugar a duda, Larraín nos entrega la más divertida de sus películas, pero a su vez, una que no deja de estar equilibrada, pues, aunque el absurdo es la herramienta con que se forja la narración, esta nunca llega a perder su elegancia, pues se toma muy en serio a sí misma en todo momento.


Tal como ha dicho el director, el hecho de que la película se encuentre en blanco y negro nos permite distanciarnos del personaje protagonista, pero también, facilita apreciar todo el virtuoso juego visual del que la cinta echa mano. «El Conde» es una colección de imágenes cinematográficas potentes y de diálogos inteligentes que resultan traducciones de los discursos importantes y de quiebre en la revisión histórica de las tiranías, dentro y fuera de Latinoamérica. De allí, que la figura de Margaret Thatcher, quien se lleva la película en su último tramo, resulte ideal para terminar de cerrar las intenciones del director. Es muy grato presenciar esa revelación, precisamente cuando la película misma te entrega las pistas necesarias para sospechar quien es la dueña de esa voz en off.


Fotograma de El Conde (2023). Director de fotografía Edward Lachman.
Fotograma de El Conde (2023), director de fotografía Edward Lachman.

Otro punto clave para la ejecución exitosa del filme, ha sido la elección adecuada y consciente de un reparto impecable, en que las caricaturas de estos personajes se encuentran cinceladas con muchísimo cuidado y en cuyas sutilezas se encuentran hospedadas: la seriedad y el respeto que un tema tan importante requiere, cuando es abordado desde la farsa. Alfredo Castro (quien hizo un papel muy bello como Lemebel en «Tengo miedo torero») hace una excelente representación como mayordomo de Pinochet, personaje siniestro que es igualmente interpretado con gran acierto gracias a la experiencia de Jaime Vadel, y quien solo se ve desplazado en escena cuando Stella Gonet inunda la pantalla dando cuerpo a la dama de hierro.


Nos encontramos finalmente frente a un gran acierto que, pese a ser tildado por algunos críticos como ''un trabajo excesivo'' desde el uso de sus símbolos, considero que funciona con sobriedad, amparado en la conciencia de la buena escritura. Si pensamos en un exceso de símbolos, yo diría que ese puesto se le puede dejar sin problemas a Ari Aster con «Beau is afraid», pero en el caso de «El Conde» hay una necesidad de comunicar y de entregar las pistas con relativa facilidad a los espectadores. Tanto es así, que el cierre en su tono siniestro y poético nos deja con la terrible certeza de que: luego de ver morir a un dictador, inmediatamente se estará viendo nacer a uno nuevo, ya sea en su país de origen o en cualquier otro territorio-víctima de los radicalismos, la codicia y la miseria.


Sin más que agregar, diré que, en medio de las coreografías de vuelos nocturnos, esos asesinatos con arma blanca, los licuados de corazón y las ironías católicas, el espectador podrá encontrar una dulce y elegante venganza histórica, en esta cinta que desde ahora forma parte de mis favoritas de lo que va del 2023.


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