La Mosca Luminosa
En las manos de Manuzio
Por: Margarita Villada | Comunicadora Social–Periodista.
El libro se ha convertido en memoria y creación de la humanidad, tanto como objeto material y presencia espiritual. Ello se debe, en gran parte, a que el editor como profesional y curador en la concepción del libro, cuida de sus procesos y establece un diálogo con el escritor para lograr el mejor resultado. Sin embargo, esta labor muchas veces pasa inadvertida a los ojos de la mayoría, ya que el reflector, casi siempre, está puesto en el autor. Hacemos zoom in a un proyecto que reivindica un oficio fascinante, con cinco siglos de historia.

Durante esos extraños días de abril de este insospechado año, cuando todo el planeta se encuentra confinado y nuestra vida comienza a transcurrir a través de las pantallas, recibo una notificación en Instagram invitándome a seguir la cuenta En las manos de Manuzio. De inmediato me dirijo al sitio para saber de qué se trata y en mi visita descubro que es un proyecto naciente dirigido por Felipe Restrepo David, a quien conozco desde hace tiempo por su trabajo en el mundo del libro. Me intereso en seguirla y descubro, semanas después, que En las manos de Manuzio es uno de los proyectos ganadores en la Convocatoria de Estímulos de Arte y Cultura de la Alcaldía de Medellín 2020. Me pregunto en qué consiste una propuesta que trae al presente a Aldo Manuzio, quien fue considerado el primer editor literario de la historia, e innovador empresarial, inventor del primer libro de bolsillo; una edición de Sófocles en un formato que él definió como parva forma, «pequeña forma», entre otras novedades, que incluyen numerosas ediciones príncipe de clásicos griegos, obras bilingües y el que es catalogado como el libro más bello jamás impreso: Hypnerotomachia Poliphili.
Decido ponerme cita con Felipe para conocer los detalles del proyecto, ambos deseábamos hablar de Manuzio en compañía de un buen café y abrazados por los libros en alguna de las librerías de la ciudad que por esos días respiraban incertidumbre, temían por su futuro ante un panorama incierto, y hoy se las ingenian para superar una situación inédita. A Felipe y a mí nos tocó finalmente, como a todos, familiarizarnos con el formato de la videollamada y sostener nuestra conversación por este medio. Por supuesto, no faltó el café, pero la atmósfera no era la misma.
Semanas antes de la entrevista pude ver que circulaba en su Instagram una convocatoria en la cual se invitaba a los escritores de la ciudad que tuvieran manuscritos avanzados a postularse para ser acompañados con la mirada de un editor en su proceso de escritura. Serían en total diez autores que gozarían de un privilegio: ser leídos sin tener que tocar antes la puerta de las editoriales que no todas las veces atienden a ese llamado, menos en esta crisis que tal vez las obligaría a repensar o detener sus procesos. Ante este panorama, Manuzio era una alternativa que iluminaba el camino.
Al ver la reacción de los seguidores a esta convocatoria pensé inmediatamente —¡Esto se va a desbordar!, pues creo que la escritura hoy está más viva que nunca, pareciera que cada vez se teme menos al vacío de la página en blanco y somos testigos de la democratización de esta práctica que poco a poco deja de ser exclusiva de las élites letradas e intelectuales, para expandirse a nuevos territorios hasta convertirnos en productores de contenidos que circulan con rapidez y trascienden fronteras inimaginables. Felipe y yo coincidimos en esta teoría, y por lo tanto la siguiente tenía que ser la primer pregunta de nuestra entrevista: ¿Qué revive la figura de Manuzio?

La teoría que da lugar a la idea
—Con la avalancha de manuscritos en todas las áreas, es cada vez más difícil encontrar editores disponibles con el conocimiento y oficio suficientes y cualificados para que cubran la demanda; y cuando los hay, tanto en las editoriales comerciales, independientes y universitarias, los procesos de evaluación y respuesta suelen ser tan demorados que la posibilidad de publicar se convierte en una competencia, a veces tan salvaje e incierta como el mismo mercado. Y si a ello se suma la situación actual de pandemia, en que las editoriales detienen sus procesos, entonces la realidad de publicar y divulgar la propia obra (en forma digital o impresa) se hace más esquiva y demorada. En ese orden, la idea de eliminar la figura del editor regresa inevitablemente: pero no en sí para desaparecerlo, sino para que se diversifique y se expanda; es decir, que un autor, con ser el mismo creador, puede adquirir ciertas habilidades «editoriales» para que pueda adelantar y llevar a cabo, por sí mismo, algunos de los procesos para que su manuscrito llegue lo más «limpio» y «preparado» posible a la «competencia» de la publicación.
Según Felipe, esta competencia no solo se refiere y se agota en el mercado editorial, en el ser publicado o no por un sello determinado. Este camino abarca escenarios que van desde la participación en concursos, becas y convocatorias, así como publicaciones en redes y plataformas digitales, la impresión por demanda en servicios en línea, hasta el riguroso proceso de edición y publicación de un libro físico. Por lo tanto, lo que pretende este proyecto de formación virtual en Literatura-Edición es brindar herramientas y diálogo a escritores y artistas para que regresen a sus obras con ojos de «editores» y así puedan enriquecerla en corrección, reestructuración y modificaciones para su mejor acogida a futuro y, una vez con las herramientas y con un mínimo entrenamiento, puedan seguir aplicándolo a otras obras y textos. En palabras de Felipe: De allí, entonces, el nombre, un homenaje a lo más esencial del oficio: trabajar con las manos (los ojos) en las palabras del otro (palabras e imágenes). Y en tiempos de incertidumbre, recordar al maestro que abrió los caminos: Manuzio, el primer editor que nos enseñó que el trabajo más importante es el diálogo con el autor y su obra.
Mientras miro a Felipe me entusiasmo por la intención y alcances de esta propuesta, y pienso para mí que el libro como objeto o como sustantivo ha estado presente en la vida de Felipe Restrepo David de todas las maneras ―como lector, como escritor, y como editor―, y esto lo dota de un conocimiento amplio y profundo del oficio que le permite no solo poner en marcha con profesionalismo una propuesta como En las manos de Manuzio, sino también aportarnos una mirada crítica sobre el sector.

El autor anfibio
Felipe creció entre libros, en los recuerdos que atesora están las tardes en la Biblioteca La Floresta, lugar que de alguna manera trazó su biografía lectora. Aún hoy es amigo de la bibliotecaria de esa época, su vínculo con este lugar fue para toda la vida y determinante en sus decisiones posteriores: estudiar filosofía, dedicarse a la docencia y ser escritor y editor.
Sé de él que, como autor, su experiencia inicial fue en los estímulos públicos de la Alcaldía de Medellín con el libro Conversaciones desde el escritorio: siete ensayistas colombianos del siglo XX (2008, Editorial EAFIT), Beca de Creación en el área de literatura a la que le siguieron otras publicaciones: Voces en escena: dramaturgia antioqueña (investigación, 2008, Ateatro Revista); algunas compilaciones: Michel de Montaigne: Ensayos escogidos (2010, Universidad de Antioquia), Dramaturgia antioqueña 1879-1963 (2014, Editorial EAFIT), El paisaje en la mirada: el Valle de Aburrá en la literatura de viajeros y escritores (2018, Editorial EAFIT) y Alexander von Humboldt: homenaje (2019, Editorial EAFIT).
Después de una experiencia académica de varios años en Brasil, Felipe regresa a Colombia en 2013 e incursiona en el mundo de la edición de manera profesional, rol en el que ha tenido la oportunidad de participar en diferentes fondos editoriales, entre ellos Sílaba Editores, Universidad EAFIT, Universidad de Antioquia, Instituto Metropolitano de Medellín, Universidad CES, Universidad de los Andes, y Banco de la República.
Reconociendo la experiencia de Felipe, no podía dejar por fuera de esta conversación, antes de adentrarnos En las manos de Manuzio, una mirada a la evolución del sector editorial en Medellín y a la cualificación de la figura del editor dentro de este, ya que si miramos a través del retrovisor―hoy así temamos por el futuro― estamos mucho mejor que hace veinte o treinta años, de los que podría decirse que el medio era muy pobre en lo que se refiere a la profesionalización de la edición como oficio y empleo. ¿Qué observa Felipe al respecto?
—Hace treinta años un editor podía ser un impresor, un tipógrafo o un diseñador, un corrector o una persona que sabía de libros como un bibliotecario o un librero… Entonces qué es lo diferente y positivo hoy, que al menos tenemos una idea más perfilada de qué es un editor, gracias a las experiencias de otros países con medios editoriales más fuertes y presentes. ¿Y qué es un editor?: una persona que acompaña todos los procesos de cómo un manuscrito se convierte en libro físico o digital, y lo que sigue después una vez impreso o publicado (bueno, digo libro, pero todo esto se amplía a revistas, periódicos, manuales, cartillas…); es cómo el padrino de un texto, ya sea un texto con imágenes o solo de palabras o contenido, y no importa que se encargue de uno de los procesos de conversión de ese manuscrito a libro. Un editor puede ser el corrector, el diagramador, el ilustrador, el escritor… El caso es que el editor debe ser una especie de lo que hoy en día llaman coordinador. Lo importante es que tenga una noción de totalidad más que de partes, del bosque, y no de un árbol: noción de oficio y belleza.
Antes de continuar con la siguiente pregunta, detengo la mirada en mi biblioteca personal y recuerdo la emoción al comprar o recibir como regalo cada uno de los libros que la componen, sobre todo aquellos que como objeto son novedosos y exquisitos; por su formato, papel, ilustraciones… El sector editorial es una cadena en la que intervienen muchos actores, cada uno con un rol específico que enriquece el producto creativo final. Felipe, ¿cómo crees que debe ser un editor hoy, cuando tantos procesos vienen cambiando?
—Mira, el editor de hoy debe ser, ante todo, un lector exigente y omnívoro; debe ser capaz de leer un manuscrito desde diferentes perspectivas: calidad, pertinencia, impacto, singularidad, también debe leer un manuscrito desde la perspectiva económica para que esa publicación tenga la posibilidad de que un lector la compre o acceda a ella. Hoy en día no es como hace cincuenta o treinta años cuando bastaba, en muchos casos, con que el editor fuera una persona muy culta conocedor de la literatura clásica o contemporánea, y que tuviera un patrimonio propio (o del Estado) para invertir, aunque las pérdidas estuvieran a la vuelta de la esquina; hoy se requiere también que el editor sea una persona que sepa leer el mercado y el comportamiento de los públicos, abierto a diversidades y cambios: ha sido un aprendizaje que ha costado mucho, mucho.
Entender las exigencias actuales que tiene la figura del editor en su proceso de acompañamiento al escritor, a través de un nombre como En las manos de Manuzio, y recordar que Aldo Manuzio fue un hombre revolucionario para la época, hace que me interese en conocer el enfoque y aspectos diferenciadores de esta propuesta.
El método Manuzio

Felipe recuerda que cuando comenzó su carrera como editor profesional se encontró muy rápidamente con tres líneas duras de posición, casi generalizadas: el editor que se ubicaba arriba del autor, donde el autor aparece como pidiendo el favor, lo cual en su mirada es horrible; otra, el editor abajo del autor: como una especie de sirviente, postura que le parece igualmente horrible. Por lo cual, el lugar que eligió muy rápidamente fue el tercero, que aprendió de editores que admiraba: dialogar de tú a tú con el autor, decirle: Yo no escribí el texto, usted es el autor, pero también necesita a alguien que lo lea de manera crítica, creativa y totalizadora. Usted tiene su saber, pero yo también tengo el mío. Esta postura es la que propuso para realizar el acompañamiento desde el proyecto.
Al escucharlo, y saber que se trata de un editor independiente que al no responder a las políticas y lineamientos de una institución, o al menos no actualmente, se otorga varias libertades en el ejercicio de la edición, pero también —y es parte de su filosofía como editor— esas mismas libertades las tiene el autor; en la medida que no depende del gusto y los intereses de una editorial determinada. En vista de esto, era apenas lógico preguntarle cómo se relacionan los autores con un método que parte de esta característica.
—Me encontré muy poca resistencia en los autores porque yo tuve que inventarme, me regalé ese juego, una escritura de editor; que permitiera libertad, cercanía y una mirada atenta, entonces les dije: cuando me enoje quiero enojarme, cuando me alegre quiero alegrarme porque como esto no pasa por la institucionalidad al menos dialoguemos como dos personas… Yo en algún momento sí les dije que era una lectura, línea a línea, que también pasaba por una subjetividad que era la mía, que yo les garantizaba, rigor, calidad, claridad, y que ellos eran quienes tomaban la última decisión. Entonces hubo pequeños momentos en que en algunos manuscritos el autor me decía: yo sí quiero quedarme con esa frase. Entonces les respondía: vale, no hay rollo. Y es que es importante tener en cuenta que en muchos de los manuscritos es la vida propia la que se compromete en esa palabra, y esto hace parte del entrenamiento de la mirada del editor: ver un manuscrito en sus mayores dimensiones posibles, incluso, las secretas, para poder avanzar en este proceso; dicho en otras palabras: que no se enfrenten dos vanidades, autor y editor, sino que la concentración sea en el texto, o al menos tratar de que así sea.
En este punto de la conversación aparecen nuevas preguntas: ¿todo escritor debe acompañarse de un editor?, ¿con la cantidad de producción escrita que tenemos en nuestros días los procesos editoriales son más necesarios o podrían considerarse como opciones válidas la autoedición y la autopublicación?
Autoedición y autopublicación
Felipe medita antes de proceder con una respuesta que pueda cubrir el tamaño de mi inquietud.
—Ese es un asunto muy complejo, asunto del que yo tampoco he terminado de asumir una posición tajante porque por el mismo transcurrir de los años me ha flexibilizado. Son dos cosas: el aumento de manuscritos y la escasez de editoriales, y a la vez que de tan pocas editoriales se da un aumento de los niveles de calidad, o se acumulan buenos manuscritos con los años y aparecen muchos, y buenos; o mucho, y regulares, o ideas valiosísimas pero que requieren trabajo… En fin. El caso es que se quedan en la gaveta buenos manuscritos porque llega otro excelente, y ya casi listo: es complejo; pues hay tiempos para cumplir (ferias, presentaciones…) o tiempos que uno se impone: no es sencillo trabajar con un manuscrito dos o tres años, el editor y el autor se cansan; pensemos en una tesis académica, por ejemplo, a veces son procesos parecidos. ¿Qué pasa con esos manuscritos? Yo a veces me digo: pueden tener la oportunidad de que alguien los conozca y que el mismo autor lo publique, si no encuentra opciones. Por ejemplo, lo digo porque sucede que los primeros libros de muchos autores reconocidos no fueron buenos libros, pero gracias al respaldo de una editorial fueron creciendo mucho, o a la misma terquedad de esos autores publicando aquí y allá, por su cuenta, o con editoriales pequeñas, o con un premio o una beca... Si toca autopublicarse y pagarse un libro, yo ya me flexibilicé frente a eso, listo hágalo (los primeros libros de poesía y ensayo de Borges fueron casi autopublicaciones; la primera novela de Tomás González fue financiada por amigos), pero al menos aprenda a leerse un poco, ya no con vanidad, sino con un criterio más consciente de estructuras, esto es lo que intenté hacer en el proyecto...
Felipe bebe un sorbo de café al otro lado de la pantalla, lo saborea. Mientras tanto, pienso en la grandeza de la obra de Borges, y de lo que nos hubiéramos perdido al no considerar la autopublicación como un camino para sus primeros textos.

Felipe continúa con su respuesta —Hubo un momento en el que estábamos muy acostumbrados, para bien o para mal, a que era una institución o un sello editorial la única instancia que legitimaba un manuscrito. La idea del proyecto es descentralizar esa legitimidad, y así ingresas a la obra con una mirada crítica, estética, poética, cuidadosa, con la participación del autor. Se trata entonces de un trabajo, insisto, conjunto, autor – editor.
Es un hecho, nos encontramos en el momento de la historia en el que más se lee y escribe como consecuencia de la variedad de medios alternativos al libro, son muchos los productores de contenidos en diferentes plataformas y autores de libros ―la mayoría en formato electrónico―, que llegan al lector sin pasar antes por el tradicional, dialogante y riguroso proceso de edición, pues lo consideran «innecesario» —como se ha atrevido a promoverlo Amazon— con su modelo de producción «libre». Por fortuna, paralelo a este fenómeno, nacen cada día editoriales independientes que se dan a la tarea de identificar y difundir nuevas voces en diferentes nichos, haciendo uso de la creatividad siempre característica en este sector, la cual aflora con mucha más fuerza en medio de esta pandemia, evitando a toda costa tener los libros ineditos también confinados, eso sí, sin perder de vista que lo más importante es entregarle al lector un objeto de valor único que necesita ser dignificado, y esto solo es posible mediante un proceso de confección cuidadoso e invisible.
Son muchas las historias que aguardan en las editoriales y las librerías a la espera de un lector que les dé vida, ya que este año se quedaron sin uno de los escenarios más importantes para el encuentro presencial con el lector: las Ferias del Libro, las cuales han tenido que realizarse de manera virtual, como es el caso de nuestra querida Fiesta del Libro y la Cultura, que en su 14ª versión le apostó a aprender, conocer y, sobre todo, a generar otras formas de acercamiento a la palabra y a los libros con innovación y creatividad mediante una sofisticada plataforma digital que permitió acceder a los catálogos de 160 expositores entre librerías de libros nuevos y leídos, editoriales independientes, distribuidores y fondos editoriales universitarios. Sin embargo, valorando estas iniciativas y los esfuerzos que conllevan, seguiremos extrañando la experiencia sensorial de tener el libro al alcance de las manos; dejarse seducir por su olor, acariciar el papel, esto acompañado del encuentro fortuito con amigos que no dudan en recomendar un libro que les movió la vida. Esperamos que pronto podamos volver a vivir estos encuentros, mientras tanto, el sector explora diferentes alternativas para llegar a sus lectores. Otros relatos darán cuenta de la rareza de estos tiempos y, con seguridad, los que llegaron a las manos de Manuzio, en el futuro serán el registro de esta época.
—Felipe, cuéntame sobre los manuscritos que se presentaron para el proyecto. —Le pregunto intrigada por las temáticas, y otras características (como los criterios) que tal vez han sido permeadas por el contexto actual, mientras bebo mi taza de café.
Los manuscritos

—Entre los manuscritos seleccionados se encuentran diferentes géneros: cuatro novelas; de ellas una juvenil, y otra infantil, un libro de cuentos, uno de relatos (no ficción) y una crónica, un libro de poesía, un testimonio y un guión de dramaturgia. Esto respecto a los géneros. Sobre las temáticas, más que hablar de los temas que desarrollan los manuscritos, que considero, deben gozar de confidencialidad debido a la etapa en que se encuentran en este momento, la de revisión y corrección para su posterior postulación a convocatorias públicas, o para iniciar un proceso con alguna editorial de la ciudad, prefiero contar sobre los temas que considero recurrentes en las publicaciones existentes, por ejemplo, la violencia tanto urbana como rural, y los relatos familiares, íntimos o confesionales (catárticos, quizás). Cuando inicié el proyecto me pareció importante darle cabida a nuevos o renovados temas en este ejercicio, y creo que tenemos aciertos. El nivel de calidad de los manuscritos fue importante, alto. Y considero que va en crecimiento, poco a poco, en la medida que hay más espacios para compartir la propia escritura, como la oferta de talleres de escritura que existe hoy en la ciudad (muchos de ellos promovidos por las bibliotecas públicas), y quizás como consciencia la apuesta por una crítica literaria mayor, o al menos, más apertura al diálogo (me gusta creer eso), aunque esto no es garantía, por las mismas exigencias del mercado y del consumo masivo de la literatura como entretenimiento rápido, pero es algo, un punto de partida importante; una escritura limpia no es garantía de un buen contenido, pero esa es otra historia… Así como hay notables contenidos con escritura muy sucias.
Felipe procuró tener un equilibrio en el género de los autores que iba acompañar y esta intención casi autoimpuesta no se refería precisamente al género literario, sino a darle las mismas posibilidades a hombres y mujeres dentro del proceso (pues por experiencia, los manuscritos escritos por mujeres que llegan a las editoriales son menores en número, comparados con los de los hombres; aunque esas cifras están cambiando, en muchos sentidos). En el momento que se realizó la selección esto sucedió de manera espontánea, por lo tanto fueron cinco mujeres y cinco hombres quienes participaron en este proyecto. Pero, además de esto, tuvo la oportunidad de leer un conjunto de textos intergeneracionales. Al respecto, quise saber qué los diferencia en su forma de escribir y otros aspectos relacionados con la técnica.
—Es de destacar que la edad de los autores y autoras varió entre los treinta y los sesenta años, lo que permitió distinguir intereses comunes aún con esas diferencias, que a veces son más prejuicios que realidades (como los relatos familiares, las relaciones metaliterarias, o la literatura nacida de la experiencia vital y cotidiana, lo que llamamos autoficción). La mayoría de los autores y autoras participantes del proyecto han publicado poco, o nada, en editoriales comerciales, independientes o universitarias, lo que me permitió deducir que muchos escritores no son presa del «afán» de mostrar su obra, por un lado, y, por el otro, que las oportunidades suelen ser cada vez más exigentes y pocas; por el creciente número de «autores y autoras» en la ciudad y el país; esa realidad a veces me gusta por su naturaleza competitiva, promotora de jerarquía y poder, pero también me cansa por lo excluyente y ególatra, por lo maltratadora sobre todo; en este mundo hay de todo un poco.
Como ya lo mencioné, bautizar con el nombre de Manuzio al proyecto, además de reivindicar la figura del editor, de alguna manera implica renovar prácticas e innovar en ellas o, siendo muy ambiciosos, revolucionar el sector. En lo particular, creo que instala una opción intermedia, interesante y necesaria. ¿Qué de todo esto se logró en la primera etapa de este proyecto y en las condiciones tan excepcionales en las que tuvo lugar?
El aporte de Manuzio

—Considero que lo más importante consistió en que por medio de este proyecto pude ofrecer unas asesorías editoriales que poco existen en la ciudad; cuando se encuentran, son costosas, o el nivel de diálogo puede variar (hay editores que se concentran más en la forma, otros más en el contenido, otros en ambas, o en impresiones ligeras… Y así). Me explico: un manuscrito llega a convocatorias, concursos, editoriales, premios, muchas veces como una versión mal acabada, inconclusa, con cabos sueltos, mal presentada, y a veces ocurre que un manuscrito pierde oportunidades por estos «detalles»; solo que esos «detalles» muchas veces determinan decisiones definitivas. Así mis asesorías consistieron en «preparar» esos manuscritos para que lleguen a tener muchas más oportunidades, el ejercicio consistió en entrenar una mirada editorial en los autores de los manuscritos para que fueran autónomos. Dicha mirada consiste en leer y corregir la propia escritura afianzando una lectura poco autocomplaciente, consciente de las posibilidades en el medio y dispuesta a renunciar y a continuar fortaleciendo la propia escritura, a no creer, en todo momento, que la primera versión es la definitiva, o que un texto no puede mejorarse con el reposo y la distancia de los días, semanas, meses, años. En las Manos de Manuzio permitió ampliar los conceptos de escritura, creación y edición, como oficios cercanos, y no como productos de la suerte, la inspiración, o la rosca.
El panorama actual es esperanzador dado que existe una oferta de programas de formación de todos los niveles y alcances diseñados para cualificar la figura del editor y también del escritor. Hoy por hoy existe una amplia lista de talleres de escritura en Medellín que tienen como sede las bibliotecas públicas, librerías, centros culturales y universidades; además, la ciudad cuenta con un encuentro de talleres de escritura que este año tuvo su segunda versión; también hay diplomados y maestrías que se ocupan de la escritura creativa, la hermenéutica literaria, la edición y corrección de textos y todo lo referido a los oficios del libro. Pero, ¿cómo contribuye esta oferta al sector en la ciudad?
—Yo fui de esos que por formación académica y literaria pasé a ser docente de formación en EAFIT en este tema. Somos unos pocos los profesores de estos programas en la ciudad y queremos pensar conceptos, es un ejercicio que permite dialogar a un mismo nivel. Un editor no solo trabaja con el texto y ya, en una pantalla con el manuscrito. Un editor es quien piensa un formato, el papel, el público, el antes como manuscrito y el después una vez hay publicación. La idea es que estos programas conciban de una manera más abierta y más completa el oficio de la edición y, sobre todo, en nuestro medio, con nuestras especificidades y condiciones, tanto históricas como actuales.
Gracias a programas de formación como estos; la innovación se abre lugar en el ecosistema LEO en Medellín y aporta al fortalecimiento de la política pública de lectura y escritura permitiendo que la cultura escrita sea cada vez más cercana a la ciudadanía, estimule y amplíe las oportunidades para los creadores así como para los diferentes actores de la cadena del libro, muestra de ello y de la necesidad identificada surge una propuesta como En las Manos de Manuzio.
Felipe y yo terminamos nuestra conversación celebrando el nacimiento de un nuevo estímulo para el sector: la Beca escritor–editor de la Convocatoria de Arte y Cultura 2020, que fue lanzada por esos días con el objetivo de incentivar la publicación literaria de escritores que cumplan a su vez con el rol de editor de sus textos o, de editores que también escriben, reconociendo que la publicación y divulgación literaria son dimensiones fundamentales dentro del proceso creativo de todo autor. Ambos deseamos que este estímulo, así como las becas a la creación en el área de literatura y otras que ha dispuesto la Administración Municipal durante años como incentivos públicos que aportan al crecimiento y dinamización del sector, sobrevivan al tiempo y sus avatares y cada día sean muchas más las obras de calidad que lleguen a la comunidad de lectores en la ciudad y el mundo a través de una oferta diversa en contenidos, formatos y formas de creación y circulación.
Texto escrito para La Mosca Luminosa, y ganador de reconocimiento en el Cuarto Seminario de Periodismo Cultural de Medellín - 14.ª Fiesta del Libro y la Cultura.
Léalo también en la edición del Seminario de Periodismo Cultural. Aquí.
Especial agradecimiento al filólogo José Manuel Betancur por la corrección de estilo para esta edición de la gaceta de La Mosca Luminosa.